Para los que nos declaramos amantes de la naturaleza, el poder disfrutar de ella nos aporta una gran satisfacción y nos gratifica enormemente.
Por mucho que cueste creerlo, el factor sorpresa es algo habitual; encontrar inhóspitos rincones de gran belleza es el motivo que nos lleva a explorar milimétricamente nuestra costa y nuestros bosques, pero como comprenderéis es algo tremendamente complicado y en muchas ocasiones fruto de la casualidad.

Como dije en la anterior entrada, últimamente no puedo salir a disfrutar de mi doble hobby, la fotografía de naturaleza, así que cuando lo hago tengo que asegurar la climatología.
En las últimas salidas al bosque he encontrado la tan ansiada niebla, pero han sido sesiones complicadas en las que la fuerte lluvia ha sido el factor predominante.

Retomando el tema del factor sorpresa, definirlo es algo difícil, subjetivo diría yo.
A más tiempo lleves en este ámbito y más mundo hayas visto, es más complicado maravillar, pero hay elementos que a nadie dejan indiferentes.

Entended mi sorpresa cuando acostumbrado a caminar entre hayedos en los que el suelo es un manto de hojarasca, encontré unas curiosas piedras rectangulares alineadas a modo de cuadrícula, contrastando el verde intenso del tapiz natural con el rojo otoñal del manto sobre el que descansaban.

Cuando vemos las fotos creemos que las cosas son más sencillas de lo que parecen, pero me costó bastante encontrar un encuadre en el que maximizar el efecto de la cuadrícula y eliminar la multitud de elementos residuales de la composición.
Los matojos y las jovencísimas hayas fueron un constante quebradero de cabeza, pero afortunadamente encontré la ubicación perfecta que mezclaba el encuadre limpio y la magnificación de un interesante primer y medio plano.



Canon 5d MarkII, Canon 17-40 (a 26mm, f/11, 15 segundos e ISO 100), polarizador, trípode y funda de agua.




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